Para mí, kung fu significa auto-exploración, auto-conocimiento. De modo análogo al yoga y a otras prácticas similares, es un camino para descubrir quién es uno. No hay metas, lugares a los que llegar, puntos de comparación. Solo soy yo conmigo mismo. Nada va a pasar si dejo de practicar, o si lo hago siete veces a la semana. Solo a mí me afecta.
Con la práctica, encuentro disciplina, paz mental, un lugar acompañado para canalizar muchas cosas. Para gastar, encontrar y/o transformar energías. Con la práctica, puedo conectar con todo mi ser, a veces más, a veces menos, pero siempre en una misma dirección.
Desde la adolescencia que practiqué kung fu y, a diferencia de otras cosas, es algo que pude sostener un buen tiempo. Dejé porque la vida me llevó para otro lado, pero a los años empecé a entrenar acompañando a Fer, probando distintos espacios, artes, estilos. Dejé luego por irme afuera. El covid complicó mi deseo de volver, y luego la vida en el sur tampoco lo hizo más sencillo. Pero este año le encontré la vuelta. Es un esfuerzo enorme ir, una prueba constante de mi voluntad: tengo que hacer muchos malabares para poder ir, cada vez. Pero eso también me hace sentir bien. Porque el camino es más difícil pero lo estoy transitando, a mi ritmo.
Practico kung fu como una forma de practicar sobre mí mismo. La acción sobre el cuerpo se refleja adentro. La acción sobre la mente se refleja afuera. Y así, creo yo, encuentro mi propio equilibrio.
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