Por largos momentos, puedo ver el monte por lo que es, el bosque por lo que es, las nubes por lo que son. Puedo escuchar el ritmo, el pulso, la música del silencio, del universo. Puedo flotar sin tocar el suelo, irradio mi aura en cada caricia, mirada, palabra. Por largos momentos soy paz interior. Un espejo.
Pero hay otros momentos, fragmentos en cada situación, donde las emociones son demasiado. Miedo, ansiedad, expectativa, atracción, juicio, duda… no diría enojo, porque eso es algo aparte. Pero en esos momentos, me olvido de todo, un velo me recubre, Venenodio. Arruino todo, pierdo todo, me aferro a todo, me hundo del todo. Un espejo. Puedo sentir cómo cada vez que pasa, sé que está pasando, y eso ayuda. Ponele. Puedo ver cómo cada cosa está predestinada a ser de cierta forma. Puedo ver el futuro y sangrar por no poder actuar para nada. Está fuera de mi control. Mi rol es saber. Saber y observar, en silencio, como si fuera una película. En esos momentos, la frustración crece y no puedo ser.
Quisiera integrar todo esto y poder ser en todo momento. Quizás sea imposible, pero es a lo que apunto. No hay mentiras, no hay dobleces, no tengo agendas secretas ni espero nada de nadie. Nadie me debe nada y yo no le debo nada a nadie. Libertad. Compasión. Amor puro. Hacia mí y desde mí. Eso es lo que sale, eso es lo que se tiene que asentar. Si se ve hacia afuera, bien. Si ayuda y hace bien a los demás, buenísimo. Si me trae una era de paz interior, lo mejor.
Puedo sentir muchas cosas. Y no puedo escribirlas porque son sentimientos puros. Antes, todo venía filtrado por mi mente. Ahora, estoy perdido en el mar, y eso es bueno. Elijo creer que ahí es donde está todo, donde estoy yo. Un espejo.
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