Pero a lo que voy, es que está todo bien con comer alguito rápido. Así nomás. Nunca le voy a decir que no a una pizza recalentada, seguro que está buenísima. Y si hay una birrita no-Quilmes en la heladera, venga, adentro. Ya está ahí todo, se prepara rápido, en un toque terminaste de comer, satisfacción inmediata. No sé si hace bien o mal, y no me interesa discutirlo (en el buen sentido).
Pero toda la vida, yo voy a optar por la opción larguera. A mí, dejame cortar las verduritas, todas y cada una con mucho esmero y atención, durante las mil horas que haga falta para que estén listas. Para que estemos listxs. De a poco voy calentando el horno, mientras tanto pongo la sartén. Voy preparando de a poco cada cosa, cada ingrediente, cada detalle. Quizás demoremos una banda en cenar, pero la satisfacción de comer así, es mucho, es más, en muchos sentidos. Porque el proceso en sí es algo que se disfruta, es el disfrute. Llegar al momento de sentarse con toda la comida preparada está buenísimo también, pero no me digas que no es mucho más placentero si nos tomamos el trabajo de explorar cada pequeño detalle, con minucioso esmero, sin prisa, sin ningún fin en particular, no?
La anticipación, los estímulos sutiles, cada vez más definidos que recubren los sentidos, la sensación de haber usado cada olla, plato, espátula de la casa... Ojo, repito que no le voy a decir que no a la pizza precalentada, me encanta esa opción. Pero eso sí: si vamos a comer una pizza recalentada, asegurate de que haya porciones suficientes para que ambxs quedemos satisfechxs.
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