Esa reflexión vino de un momento presuntamente aleatorio, donde vi y recordé algo muy especial, muy íntimo, un secreto compartido por este corazón venusino. Y es la entrega absoluta y total que rodea al sexo, al menos a mi entender. Me es fácil y natural dar. Servir, complacer, intuir dónde, cómo, cuándo, cuánto… me sorprende siempre que otros no puedan, no sepan, no quieran. Servir y ahogarse, hundirse en el placer del otro es la máxima expresión del agua. Es la oleada que corona a toda esta emocionalidad submarina. Pero le falta una pata. La que me costó una vida aceptar…
Recibir. Eso sí que es difícil. Dejarse hacer, entregarse, la exposición, la vulnerabilidad, la desnudez emocional de estar en el foco, de ser el foco. De permitirse recibir sin dar por un ratito, ser un poco egoísta y regalarle a alguien más el placer propio. Con todas sus facetas tan preciadas, tan sutiles y suaves, ocultas entre los pliegues de mi alma. Recibir y dar rienda suelta al disfrute propio es un área que nunca pude experimentar sin culpas, sin la mente, sin aire o fuego interfiriendo. Es abrirse y entregarse total y absolutamente, y eso es algo que, en cierto modo, aprendí tarde a hacer… Pero ahora sé un poco más. O un poco menos, no sé bien cuál es.
Y ahora, un cangrejo sin armadura, un pez en el agua, otro en el cielo, una corriente desatada desde el fondo disolutivo del mar infinito… Nada, eso. Espero repetir ciertos lugares, encuentros, momentos, y así poder realmente mostrar. Porque hablar no sirve. Lo que se siente, se muestra, o no es real…
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