Arranqué con un gran envión ariano, de fuego interior, voluntad pura, masculina. Luego me perdí en el bosque metafórico de mi interior, no en el mar, donde el lado femenino en sus dos facetas, me llevó por un camino tan profundo que, en verdad, no creo haber salido más…
Después como que desperté. Construí, formé, busque ser sostén, liderar, ayudar.. hacer. Pero eso se quedó corto porque mi naturaleza es de agua, no de ese tipo de fuego. No de la mente racional, ni ahí. Busqué en libros, en las palabras de los sabios, y caí en la encrucijada. Con mi habitual fractal onírico-mental, corrí en una dirección, sin ver que los Dioses estaban dándome una señal, una lección, una advertencia…
Ignoré de a ratos mi voz interior, esa que acallé toda la vida. Pero la injusticia, la indignación, el defasaje, desbalance, Ma’at todavía me arde; el fantasma de un dolor somatizado en mi cuerpo. Justo la cabeza de la diosa coincide con Anahata. Cuando me reconcilié con esa voz interior, me di cuenta, una vez más, que nada está bajo mi control. Me hundí profundo y de lleno en el momento. Donde otros se rinden, yo encontré felicidad en mí. De veras…
De a pasitos ínfimos, arrastrándome, con todo tipo de muletas, protegí esa pequeña llamita y me levanté, con una fuerza sutil que gobernaba mi interior. Todo mi ser, ahora integrando mi agua, mis oposiciones, mi naturaleza lunar, plutoniana, logró domar algunos de esos demonios que me atormentaron sin que lo supiera. Fue increíble. Y al creérmela, todo se dio vuelta una vez más.
La resignación esta vez fue completa. Y con ella llegó una muerte psíquica. Disolutiva. Me desarmé y me marchité y me pudrí para alimentar al pasto, a las flores. Desaparecí y me borré de todos lados. Ahora, tras cruzar sueños de milenios en cuestión de noches, estoy buscando conciliar todo este amasijo de contradicción, esta cosa amorfa y recauchitada que soy. Intento, busco consensuar, tener paciencia.
Por ahora, no lo logré, pero está todo ahí, latente. Lo sé porque lo viví. Cien veces en cien vidas en cientos de viajes oníricos y ciclos de muerte y resurrección. Tardé en aceptar que no era solo espinas el simbolismo que me atraía, sino las flores. Soy una flor, y muero y vuelvo a nacer cada año, cada estación, cada luna llena, cada mañana…
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