Y como soy parte de este mundo, debo cumplir con lo que me toca. Y lo que me toca, es dejarte ir, como cada vez. Sabernos de mundos distintos, incompatibles. Yo de una blandura absurda, sin bordes, sin principio ni fin, sin definiciones. Aguas profundas que fluyen confusas de emociones. Vos de una dureza imposible, en las alturas, viento que sopla constante y como debe. Todo aguante y dolor semi escondido.
Debemos ser lo que somos. El viento no ama menos al mar por no mezclarse con él; se vuelve una caricia con promesas de ensueño. Y las olas no aman menos al monte por no poder alcanzarlo, le llevan su devoción en capas. Y así, yo no te amo menos por tener que verte desde lejos, desde la tierra, mientras transitás tu órbita conocida, cercana, familiar, cíclica. No te amo menos por aceptar lo que es una verdad innegable, una distancia que no se puede cruzar.
Te amo más, incluso, por admirar desde lejos toda esa fuerza. Quizás te amo más porque me inspira a ser una mejor persona. No solo para que, en un mundo ideal, me pudieras admirar también, sino porque quiero ser mejor, ser libre. Tener mi propia órbita que proteja al resto.
Una Luna nacida del océano...
Sin capas, admitir lo que siento. Sin rodeos, decir lo que (te) quiero, Luna. Sin vueltas, pedir, actuar, moverme, salir a buscar eso que me hace sentir completo. A vos. Sin esperar nada, darlo todo. Trígono de agua soy, y así es como puedo ser, y de ninguna otra forma.
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