Ahora en el medio del bosque, con todo tipo de ataduras invisibles y fantasmas bailando alrededor, me doy cuenta plenamente de quién soy. De qué soy. Soy eso, el catalizador, y nada más. No soy nadie. No hay nadie acá adentro, porque cada vez que me descubro a mí mismo, una muerte me invade, como una plaga o enfermedad, un germen insertado en mi metabolismo, que de a poco (o a veces, muy rápido) se lleva todo puesto hasta que no quede nada de nada.
En cada transformación, soy otra persona distinta. Y esx que amaba ya no me amaba ni le amo. Quisiera... quisiera poder tener lo que quiero. Y me doy cuenta que no es paz mi deseo. Es guerra. Es cambio, es todo el tiempo todo, de forma intensa y absoluta. Es día y noche, frío y calor, muerte y vida. Eso que quisiera, es un algo o alguien que pudiera seguir este ritmo autodestructivo de renacimiento y redescubrimiento por el resto de esta etapa mortal, que está destinada también a morir.
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