Hoy después de treinta días de abrirme, completé un proceso sumamente complejo, insatisfactorio de a ratos, hermoso de a ratos, que me permitió rendirme incondicionalmente a todo. El dolor de ciertos puntos del cuerpo eran el aviso que en el pasado no percibía. Ahora sí. Y ahora, puedo escuchar de verdad, ver de verdad. Sentir. Y me doy cuenta que la tiara de cenizas era un aviso sumamente necesario para dejar ir. Al hacerlo, se desintegró en pequeños haces de luz. En voces y ecos que el bosque me regaló al yo regalarle mi canción. No sé cómo explicarlo.
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