La primera, estábamos sentados un grupo en la casa. Pude espejar a alguien mirando a otro alguien, y su alma se abrió a mí hasta el rincón más recóndito. Pude ver a mi otro alguien abrazando al suyo, y nos miramos un instante. El brillo de nuestros ojos fue doble. Mi dolor potenciado por el dolor, fue demasiado. Lloré...
La segunda, que recuerdo vívidamente, fue en un curso. Empecé a sentir un malestar extremo, dolor de panza, ruidos. El agua que me alcanzaron tenía ese gusto a mostaza al sol, a harina y huevos semi podridos de Facultad de Medicina/Derecho. La chica de al lado se excusó diciendo que se sentía mal, salió y vomitó violentamente. De inmediato me sentí mejor. No era yo, era ella.
La tercera ocurrió varias veces. Llego a una casa. Siento que sobro, que debo irme de inmediato. Pero no es mi deseo, no es mi voluntad. Veo todo tipo de cosas; añoranza, irritación. Me siento ignorado. Quiero correr. Quiero quedarme. A veces corro, y la sensación pasa (pero me deja sintiéndome para el orto) y a veces me planto. En esos casos, a veces lloro en secreto, a veces lo supero y lo desactivo...
Otra, la cuarta. Sentado en el cole, me siento bien, un día hermoso y compartido. Hay poco para ver, pero yo pongo siempre lo mejor de mí. De repente la tristeza me arrolla. Me aplasta. De golpe siento todo lo peor, me siento lo peor. Lloro. Sorprendido, hablamos del tema y luego transito mi malestar. Pero esta vez, sé 100% que no era mi dolor, mi pesar. Busco y encuentro. Una chica llorando, el desconsuelo patente en sus ojos silenciosos...
Sigo. En grupos cercanos, me embarga la pesadez. Mis articulaciones crujen, mis músculos se ponen rígidos, la energía se me escapa. Y es por las tormentas internas de quienes me rodean. Veo el pesar, veo el sufrimiento, el desamor, el descontento; como pequeñas agujas se me clavan, como vendavales que me pegan en la cara. Intento apoyar, intento sostener, intento aliviar. Pero la comunicación no es mi fuerte; nunca encuentro el momento, la palabra exacta, la caricia justa, lo que se necesita. Es mi karma. Intento y fallo, y todo es levemente mejor. Pero a qué costo...
Y la que más me pesa. El espejo infinito. Yo le hago a otras personas, lo que otros me hacen a mí, que a su vez le hacen a ellos, y esos que se lo hacen, son receptores de otros. Es una cadena ininterrumpida que sigue hasta quién sabe dónde. Como estoy despierto, puedo verla por lo que es. Pero nadie más puede, o nadie parece verla (no soy tan soberbio, pero solo puedo hablar por mi). Todos ensimismados, todos atrapados, todos dormidos. En sus tormentas interiores. Lucho por no dormirme de nuevo, el tiempo me pasa por encima, sin piedad. Busco romper el ciclo, hacia ambos lados. Fallo miserablemente, en ambos casos. Me caigo. Me levanto. Sonrío y escondo mis lágrimas, y desactivo la secuencia. Pero luego me canso y expreso mi dolor. La secuencia me explota en la cara. Soy un pelotudo. Me culpo. Siento culpa por culparme. Culpa que es una emoción nueva en mi corazón, que se suma a otras emociones nuevas, como la envidia, los celos y la desesperación.
...
Todos estos procesos. Me pesan en el corazón. Busco la respuesta en mí, porque me la olvido cada vez. Me la quiero tatuar para que se funda con mi alma y mi cuerpo. No encuentro el tiempo, no tengo la plata, no es el lugar... Veo mi teléfono, casi olvidado, casi amputado ya. Los mensajes, fluyen en una dirección. No quiero amor romántico, no busco una conexión sexual. Quiero aliviar el sufrimiento, perdonar y dejar ir el dolor, que me embarga por momentos. El mío y el de quienes me rodean. Quiero amarme plenamente. Lo logro, por momentos. Quiero seguir surfeando las olas de mi mar interior, que está soleado y calmo, de a ratos, nublado, de a otros. Pero la tormenta está en el horizonte nomás. Expectante, amenazante. Un recordatorio de donde vengo, de a dónde puedo volver. Soy feliz? No sé. Creo que sí, por momentos.
La empatía extrema, de la cual corrí toda mi vida, me alcanzó. Tardé unos 7 años en aceptarla, luego de pasar unos 20 años negándola. Será posible encontrar el camino de regreso al sol? Elijo creer que sí. Sé que un amor puro me espera. Sé que el hogar que añoro existe. Está en mí, y lo voy a construir de a poco. Sin buscarlo, sin desearlo. Pero buscándolo, deseándolo. Un refugio para compartir conmigo mismo, y luego, con Ari. Completar mis proyectitos. Ascender. Es todo lo que espero de esta realidad. Gracias universo, ya me siento mejor.
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